jueves, 15 de abril de 2010

Caso: Robin Hood

Autor: Joseph Lampel, New York University

Durante la primavera del segundo año de su insurrección contra el alguacil de Nottingham, Robin Hood se encontraba caminando por el Bosque de Sherwood. Mientras lo hacia, evaluaba el progreso de la campaña, la disposición de sus fuerzas, los movimientos recientes del alguacil y las posibilidades a las que se enfrentaba.
La revuelta en contra del alguacil había comenzado como una cruzada personal. Surgió del conflicto de Robin con el alguacil y su administración. Sin embargo, Robin Hood no podía hacer mucho por sí solo. Así que busco aliados, hombres con motivos de inconformidad y con un profundo sentido de justicia. Más tarde dio la bienvenida a todo el que llegara, haciendo pocas preguntas y exigiendo sólo la voluntad de servir. La fuerza, según creía, radicaba en el número.
Pasó el primer año dando forma al grupo para convertirlo en una banda disciplinada, unida por la enemistad contra el alguacil y deseosa de vivir fuera de la ley. La organización de la banda era simple. Robin era el líder supremo, y tomaba todas las decisiones importantes. Delegaba en sus lugartenientes tareas específicas. Will Scarlett estaba a cargo de la información y la vigilancia. Su principal tarea era seguir al alguacil y sus hombres, siempre alerta al siguiente movimiento. También reunía información sobre los planes de viaje de mercaderes ricos y recaudadores de impuestos. El Pequeño Juan mantenía la disciplina entre los hombres y supervisaba que su tiro con arco estuviera al nivel de lo que su profesión demandaba. Scarlock se hacía cargo de las finanzas, convirtiendo el botín en dinero, repartiendo las ganancias y encontrando escondites adecuados para los excedentes. Por último, Much, el hijo del molinero, tenía a su cargo la difícil tarea de abastecer a la, siempre en aumento, banda de hombres alegres.
El creciente tamaño de la banda era un motivo de satisfacción para Robin, pero también de preocupación. La fama de sus hombres alegres se extendía y llegaban nuevos reclutas de todos los rincones de Inglaterra. Conforme la banda aumentó, su pequeño campamento se convirtió en un campamento enorme. Entre un ataque y otro, los hombres e arremolinaban, platicando y jugando. La vigilancia iba disminuyendo, y se volvía más difícil mantener la disciplina. “¿Vaya?”, reflexionaba Robin, “en estos días no conozco ni la mitad de los hombres con los que me encuentro”.
La banda cada vez mayor también comenzaba a exceder la capacidad del bosque para alimentarlos. La caza empezaba a escasear y las provisiones debían traerse de pueblos lejanos. El gasto de comprar comida comenzaba a minar las reservas financieras de la banda justo en el momento en que los ingresos disminuían. Los viajeros, especialmente aquellos que tenían más que perder, evitaban ahora el bosque a como diera lugar. Esto era costoso e inconveniente para ellos, pero era preferible a que les confiscaran todos sus bienes.
Robin creía que había llegado el momento de que sus hombres cambiaran su política de confiscación total de bienes a una de impuesto fijo de tránsito. Sus lugartenientes se resistieron enérgicamente a esta idea. Se sentían orgullosos del famoso lema de los hombres alegres: “Roba al rico y dale al pobre”. “Los granjeros y la gente del pueblo”, argumentaban “son nuestros aliados más importantes”. “¿Cómo podríamos cobrarles un impuesto, y todavía esperar que nos ayuden en nuestra lucha contra el alguacil?”
Robin se preguntaba cuánto tiempo podrían sus hombres alegres apegarse a las formas y los métodos de sus inicios. El alguacil se estaba volviendo más fuerte y organizándose mejor. Ahora tenía el dinero y los hombres y empezaba a acosar a la banda, buscando sus debilidades. Las cosas se estaban poniendo en contra de los hombres alegres. Robin sentía que la contienda debía concluir de manera decisiva antes de que el alguacil tuviera la oportunidad de darles un golpe mortal. “Pero”, se preguntaba, “¿cómo hacerlo?”.
Robin había planeado a menudo la posibilidad de matar al alguacil, pero las oportunidades parecían cada vez más remotas. Además, matar al alguacil podía satisfacer su sed de venganza personal, pero no mejoraría la situación. Robin había tenido la esperanza de que el permanente estado de descontento, y la capacidad del alguacil de recaudar impuestos, llevarían a su remoción. En vez de esto, el alguacil había utilizado sus contactos políticos para obtener refuerzos. Tenía amigos poderosos en la corte y era bien visto por el regente, el príncipe Juan.
El príncipe Juan era malévolo y caprichoso. Se consumía por su falta de popularidad entre la gente, que quería de vuelta al cautivo rey Ricardo. También vivía con un constante temor de sus barones se habían dispuesto a reunir el rescate que liberaría al rey Ricardo Corazón de León de su cautiverio en Austria. Era una propuesta peligrosa. Una cosa era el bandidaje provinciano y otra muy diferente la intriga en la corte. El príncipe Juan tenía espías en todos lados, y se le conocía por vengativo. Si el plan de los conspiradores fallaba, la persecución sería implacable y los castigos no se harían esperar.
El sonido del trompetazo para la cena sacó a Robin de sus pensamientos. Había en el aire un olorcillo a carne de venado asada. No había resuelto o decidido nada. Robin se encaminó al campamento prometiéndose que prestaría su máxima atención a estos problemas después del asalto del día siguiente.

Si usted fuera Robin Hood, ¿qué solución le daría a estos problemas?